1. El derecho a no leer.
Aceptemos de una vez que hay gente a la que leer puede no gustarle...
allá ellos; dice Pennac: "La idea de que la lectura humaniza al hombre
es justa en su conjunto, a pesar de que existen algunas excepciones deprimentes.
Se es sin duda un poco más humano, si entendemos por eso un poco más
solidario con la especie (un poco menos fiera), después de haber leído
a Chejov que antes. Pero cuidémonos de
flanquear este teorema con el corolario según el cual todo individuo que no lee
debería ser considerado a priori como un bruto potencial o un cretino
redhibitorio. Si lo hacemos convertiremos la lectura en una obligación moral, y
este es el comienzo de una escalada que nos llevará rápidamente a juzgar, por
ejemplo la moralidad de los libros mismos".
2. El
derecho a saltarse páginas.
Si una historia (sobre todo las
prosas morosas y detallistas del siglo XIX, podemos agregar) abunda en
fragmentos que nos desesperan o aburren, es mejor dejarlos pasar que renunciar
del todo a la obra. Así dice Pennac que hizo en su infancia con La Guerra y la Paz: devoró la
historia de amor y descartó las páginas sobre política y estrategias bélicas.
3. El derecho a no terminar un libro.
Y así
como se puede esquivar algunas partes centrales en un libro, se puede obviar su
final. Para Pennac, nada (¡y menos el temor a ser juzgados como perezosos o
ignorantes por otros!) justifica que leer se convierta en una obligación. Si un
libro comienza a aburrirnos, dejémoslo para otro momento... o para otro lector.
4. El derecho a releer.
Dice Pennac: "Releer lo
que me había rechazado antes, releer sin saltarse una línea, releer desde otro
ángulo, releer para verificar, sí… nos concedemos todos estos derechos. Pero
releemos sobre todo gratuitamente, por el placer de la repetición, la alegría de
los reencuentros, la puesta a prueba de la intimidad. Otra vez, otra
vez, decía el niño que fuimos…".
5. El derecho a leer
cualquier cosa.
Sí. A leer literatura estereotipada, comercial,
que repite una fórmula... si la disfrutamos. Que nadie se rasgue las vestiduras.
Según Pennac, tarde o temprano, hechizados por la lectura en sí misma, daremos
con textos mejores (más verdaderos, que no ocultan la complejidad de las cosas)
y nos haremos adictos a ellos. Tenderemos (pero naturalmente, sin imposiciones
ni vergüenzas) a buscar escrituras más auténticas y profundas.
6. El derecho al bovarismo (enfermedad textualmente
transmisible).
Leer febrilmente, vibrar de emoción,
obsesionarnos por un texto o personaje es válido (y no una etapa inmadura que
debemos superar).
7. El derecho a leer en cualquier
parte.
En cualquier parte y haciendo diferentes cosas. Tomando
sol. Viajando. Caminando. Adormeciéndonos. Comiendo. Agreguen sus variantes.
8. El derecho a picotear.
Leer de aquí y de
allá, varios libros a la vez. O abrir un volumen en cualquier lugar y leer con
toda intensidad la página casual... para cerrar el libro hasta otra temporada.
"Cuando no se tiene el tiempo ni los medios para tomarse una semana en Venecia
-argumenta Pennac-, ¿por qué rehusarse el derecho de pasar allí cinco minutos?".
9. El derecho a leer en voz alta.
De poner
nuestro cuerpo, nuestra voz, nuestra saliva, nuestra interpretación en la
lectura. Pero también, por supuesto, derecho a leer en voz baja.
10. El derecho a callarnos.
O derecho a
mantener con el texto una relación compleja, extraña, personal e intransferible.
"La lectura es una compañía que no ocupa el lugar de ninguna otra y a la que
ninguna compañía distinta podría reemplazar. No le ofrece [al lector] ninguna
explicación definitiva sobre su destino, pero teje una retícula apretada de
complicidades entre la vida y él. Ínfimas y secretas complicidades que hablan de
la felicidad paradójica de vivir, al tiempo que iluminan el absurdo trágico de
la vida".